Este texto se ha publicado en El País, el 25 de agosto de 2021
Me dicen que ha muerto Gabriel Rosón, don Gabriel, siempre. Ha sido un hombre que luchó en los años difíciles por la gente, con cariño y entereza.
Con don Baldomero hicieron de Palomeras Bajas, en su parroquia de El Buen Pastor, un lugar más habitable y humano. Siempre estuvieron dispuestos a echar una mano, a dar consuelo y esperanza en un barrio de chabolas, donde la humedad y el frío en invierno, el terrible calor en verano hacían de la vida una lucha constante.
Los domingos, a la misa de Don Gabriel, acudía un policía secreta, el Divino Hijoputa, como le bautizó Gabrielón, un antiguo minero de Linares que convivía con ellos. El policía tomaba buena nota de las palabras de Don Gabriel para elevar la oportuna denuncia. Fue golpeado y perseguido por los Guerrilleros de Cristo Rey y amparó a comunistas y luchadores contra el franquismo.
En los libros que se escriban de Vallecas ha de estar en lugar de honor su nombre, su compromiso. Impulsó la Asociación de Vecinos de Palomeras Bajas, pionera del Movimiento Vecinal. Su contribución a la remodelación del barrio fue fundamental, aunque otros se llevarán después la gloria. Tuvo claro siempre que nada podía hacerse sin los vecinos y luchó porque ellos fueran los verdaderos protagonistas de su destino.
Acogió generosa y cordialmente a estudiantes, abogados como Paca Sahuquillo, arquitectos y a cualquiera que se acercara a la realidad más doliente del barrio. Generoso y bueno, apoyó el Club de Jóvenes y tuvo siempre su casa abierta a todo el mundo. Muchos de mis amigos y yo le debemos en buena medida buena parte de la felicidad de nuestra juventud.
Dejaría el sacerdocio años después. Nunca dejó el barrio. Hasta hoy, al final de su vida, estuvo pendiente de todos nosotros. Me mandaba mensajes frecuentemente, preguntándome por algunos de los que habían formado parte de nuestro mundo.
Vallecas, Palomera Bajas, como a tantos, le debe reconocimiento y gloria. Querido don Gabriel, un abrazo muy grande. Y gracias por tanto, por tu generosidad, tu bondad y tu nobleza. Que ese Dios en el que nunca dejaste de creer te acoja en sus brazos.